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Imagen: Havredailynews

Abismo Político

Publicado: 2012-12-26

Aunque existen otras explicaciones plausibles, probablemente no sea casual que no exista un solo país con un sistema presidencial de gobierno cuya deuda pública obtenga la calificación Triple A de las tres principales agencias calificadoras de riesgo.

Consideremos por ejemplo, los principales riesgos que afrontará la economía estadounidense hacia inicios de 2013. De un lado está el denominado "Abismo Fiscal". El mismo consiste en que, de no producirse un acuerdo sobre el presupuesto entre el presidente y la mayoría republicana en la cámara de representantes, a partir del primero de enero entrarán en vigencia de manera automática incrementos de impuestos y recortes de gasto público equivalentes a un 4.5% del producto (lo cual sumiría a la economía estadounidense en la recesión).

De otro lado está el tema de si esa misma mayoría republicana autorizará en febrero la elevación del límite de la deuda del gobierno federal.

¿Qué tienen que ver esos problemas con un sistema presidencial de gobierno? Que bajo un sistema de gobierno parlamentario es virtualmente imposible un conflicto prolongado entre los principales poderes del Estado, dado que en ese sistema es un legislativo elegido por los votantes el que designa al jefe de gobierno.

Cuando se produce un impasse entre ambos poderes, o bien el legislativo destituye al jefe de gobierno y nombra un remplazo, o bien el jefe de gobierno disuelve el legislativo y convoca a elecciones anticipadas.

En un sistema presidencial tanto el ejecutivo como el legislativo son elegidos por los votantes, y (salvo en circunstancias excepcionales), ejercen ese mandato por un período fijo de tiempo. En cuyo caso lo que podría resolver un conflicto entre ambos es el cálculo político: es decir, cómo creen los actores involucrados que su conducta política afectará sus perspectivas de relección.

Y ese cálculo parece sugerir que un acuerdo es probable, y que este sería cercano a los términos planteados por el presidente Obama. El ejecutivo y el legislativo están de acuerdo en la necesidad de reducir el déficit fiscal, y en que ello debe basarse en la reducción del gasto público (aunque discrepan en las partidas de gasto que deberían priorizarse).

Ambos están de acuerdo además en que debería incrementarse la recaudación fiscal reduciendo las exoneraciones tributarias. Pero discrepan sobre la conveniencia de que el incremento de la recaudación comprenda además una elevación en las tasas de impuestos que pagan los sectores de mayores ingresos: buena parte de los representantes republicanos han firmado un manifiesto en el que se comprometen a no votar jamás en favor de tasas más elevadas de impuestos.

La fórmula de transacción que ofrece Obama consiste en permitir que expire la reducción temporal de tasas aprobada durante la administración Bush, con lo cual estas simplemente volverían a su nivel inicial (en cuyo caso los representantes republicanos no habrían faltado en sentido estricto a la palabra empeñada).

Varios factores favorecen la posición de Obama. El primero es que tiene el respaldo de dos tercios de los ciudadanos. El segundo es que los precedentes sugieren que los republicanos tienen más que perder en una confrontación. La última vez que intentaron forzar a un presidente demócrata (Bill Clinton), a que aceptara su propuesta de presupuesto, la aprobación de ambos poderes del Estado se desplomó.

Pero no lo hizo en proporciones equivalentes: los niveles de aprobación del legislativo cayeron bastante más que los del ejecutivo. Y en un sistema bipartidista, eso terminó favoreciendo la relección de Clinton. Ese escenario podría repetirse, como sugieren tanto las encuestas (según las cuales por cada ciudadano que culparía a Obama hay dos que culparían a los republicanos), como los niveles de aprobación de los actores (57% en el caso de Obama, entre 10 y 15% en el caso del Congreso).

El único problema con ese argumento es que el cálculo político de no pocos congresistas republicanos parece conceder un peso mayor a la ideología de las bases de su partido (opuesta a cualquier elevación de impuestos), que a su capacidad de persuadir al votante medio.

Ejemplo de ello son los candidatos republicanos al senado Richard Mourdock y Todd Akin, quienes en campaña se opusieron de manera radical al aborto en casos de violación, aun sabiendo que ello podía costarles la elección (como finalmente ocurrió).

Por ello, cabe dentro de lo posible que la mayoría de los representantes republicanos fuercen una confrontación aun a costa de su ya exigua aprobación, dado que la metáfora de un "abismo fiscal" es equívoca: el costo de no llegar al primero de enero con un acuerdo de presupuesto sería alto por su efecto sobre las expectativas de los agentes económicos, pero la reducción en el gasto y la elevación en los impuestos serían prorrateados a lo largo del año.

Por ende, su efecto recesivo podría ser controlado si se consiguiera un acuerdo durante las primeras semanas de 2013. Parece una apuesta temeraria, pero hoy en día la temeridad es un rasgo que abunda en el Partido Republicano.

Farid Kahhat

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Farid Kahhat

Un colaborador de lujo de Sophimania.pe